Unos dicen que estamos formados por células y otros
que estamos hechos de historias.
Aunque quizá lo que mejor nos define, son esas pequeñas y delicadas cicatrices que no se ven a simple vista, pero que se sienten en lo más hondo. Esas señales que marcan a fuego nuestra existencia y que dibujan el tatuaje de nuestro ser.
Y es que todos tenemos algo en común: estamos formados por pequeños pedazos del pasado. Y son ésas cicatrices las que nos hacen recordar quiénes somos, donde estamos y cuál es nuestro sitio.
Dicen por ahí que nadie nace sabiendo y que todos tenemos que aprender. Que las cicatrices no vienen de nacimiento, sino que las creamos a cada paso que damos por nuestro camino. Es imposible evitarlas porque, queramos o no, llegan en algún momento, cuando menos las esperamos y se van forjando poco a poco de cada piedra con la que tropezamos, cada batalla en la que luchamos, cada herida abierta que sentimos y cada persona que pasa por nuestra vida a quedarse por un tiempo incierto.
Y por mas que tratemos, no podemos evitarlas, y quizá lo mejor sea aceptarlas y quererlas por estar ahí a nuestro lado, por recordarnos que en esa piedra ya tropezamos, de esa agua ya bebimos y por ese camino ya cruzamos. Gracias a ellas nos vamos poco a poco conociendo más a nosotros mismos, vamos alejando de nuestro lado todo aquello que no nos gusta, que no nos aporta y, en definitiva, que no nos hace vivir felices.
Y quizá consigamos ser algo más felices el día en que comprendamos que no es posible vivir sin heridas y aceptar que la única manera de sanarlas es dejando que cicatricen.
Aunque quizá lo que mejor nos define, son esas pequeñas y delicadas cicatrices que no se ven a simple vista, pero que se sienten en lo más hondo. Esas señales que marcan a fuego nuestra existencia y que dibujan el tatuaje de nuestro ser.
Y es que todos tenemos algo en común: estamos formados por pequeños pedazos del pasado. Y son ésas cicatrices las que nos hacen recordar quiénes somos, donde estamos y cuál es nuestro sitio.
Dicen por ahí que nadie nace sabiendo y que todos tenemos que aprender. Que las cicatrices no vienen de nacimiento, sino que las creamos a cada paso que damos por nuestro camino. Es imposible evitarlas porque, queramos o no, llegan en algún momento, cuando menos las esperamos y se van forjando poco a poco de cada piedra con la que tropezamos, cada batalla en la que luchamos, cada herida abierta que sentimos y cada persona que pasa por nuestra vida a quedarse por un tiempo incierto.
Y por mas que tratemos, no podemos evitarlas, y quizá lo mejor sea aceptarlas y quererlas por estar ahí a nuestro lado, por recordarnos que en esa piedra ya tropezamos, de esa agua ya bebimos y por ese camino ya cruzamos. Gracias a ellas nos vamos poco a poco conociendo más a nosotros mismos, vamos alejando de nuestro lado todo aquello que no nos gusta, que no nos aporta y, en definitiva, que no nos hace vivir felices.
Y quizá consigamos ser algo más felices el día en que comprendamos que no es posible vivir sin heridas y aceptar que la única manera de sanarlas es dejando que cicatricen.
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