Hay
cosas que se aprenden con los años, como a no depender de otra persona para ser
feliz.
También
se aprendes a no generarte expectativas inalcanzables de la gente; siempre van
a terminar por decepcionarte, y no es por ellos, es por uno mismo que los
idealiza a tal grado que terminan por no llenar todas esas expectativas. A ser
uno mismo sin tratar de impresionar a los demás, agradarse a sí mismo, antes
que a los demás; porque para ser honestos, ¿cuanto tiempo puedes disimular una
pose? La gente que te rodea sabe el tipo de persona que eres y lo que realmente
vales, más allá de las apariencias, lo material y las máscaras que uses.
Aprendes
a rodearte de gente que realmente te importa y vale la pena, personas que
tengan intereses, valores y educación afines; no se trata de elitismo o
segregación, pero no puedes sostener una charla interesante más de quince
minutos con quien no tiene nada en común contigo, o asistir a reuniones con
personas que hablan sobre cosas absurdas y sin sentido para ti, eso de ir por
la vida sintiéndote el negrito en el arroz es para adolescentes; ya no estamos
en edad de complicarnos con tonterías y menos dejar entrar a nuestra vida gente
que no aporte nada y sólo venga a desgastar, convirtiéndose en una carga
emocional y moral.
Tras
los años aprendes que en cuestión de amor y amistad, no se trata de cantidad,
sino de calidad, que los amigos verdaderos son pocos pero se cuidan con el
alma, porque ellos son parte de tu vida, de tu esencia, son el reflejo de lo
que tu eres y los hermanos que elegiste para hacerte mejor persona. Aprendes
que el sexo sin amor también se disfruta y no necesariamente es malo, pero no
por eso puedes permitirte saltar de cama en cama; porque cuando se mezclan el
amor y el deseo, el sexo es mucho más placentero y gratificante que una simple
y vacía noche de paso, que amanecer en los brazos de la persona que amas es
hacer trascender el placer más allá, a simplemente desparecer en la madrugada o
despertar en una cama desconocida, sin un nombre que recordar.
Con
los años aprendes que si el dinero no te da la felicidad, es necesario para
vivir de manera holgada, cubrir necesidades y cumplir algunos gustos; valoras
el dinero en su justa dimensión, no se trata de ser avaro o interesado, pero sí
de ser un poco ambicioso y no conformista, porque puedes volverte un mediocre
sin más aspiración que tomar lo que la vida pone en tu camino.
Aprendes
que estudiar una carrera no te garantiza obtener un buen trabajo y menos aún,
el éxito profesional; todo ello no necesariamente es cuestión de
oportunidades y menos de suerte, sino de esfuerzo diario, de generar esas
oportunidades y atreverte a tomarlas, es cuestión de prepararte y seguir
estudiando, imponerte nuevos retos y alcanzarlos, para así, sentirte exitoso y
satisfecho contigo mismo.
Con
el paso de los años aprendes a disfrutar tus logros, entiendes que la vida está
hecha de etapas, y llega el momento en que disfrutas y valoras más los pequeños
placeres de la vida, como detener tu paso una tarde y disfrutar un buen libro
mientras beber un café y ver caer la lluvia, sentir la brisa que moja tu cara,
el olor a tierra mojada; valoras escuchar a la gente con más experiencia y
tener la oportunidad de aprender algo de ellos; llegar a tu casa un viernes
tirar la ropa en el suelo y lanzar los tacones lejos, sentir el frío del piso
bajo tus pies mientras descorchas una botella de vino, disfrutar su sabor justo
al mirar como cae el atardecer y da paso a la noche; con la edad haces cosas
que no podías hacer cuando eras más joven, como pasar por las tiendas y solo
porque algo te gustó comprarlo, no porque lo necesites, sino por el placer de
hacerlo; tomar tu maleta un fin de semana y perderte en un lugar extraño o
exótico, conocer nuevos países, otras culturas, diferentes costumbres o
simplemente tirarte toda la tarde en alguna playa solitaria y no preocuparte
por que sabes que te ganaste cada hora de descanso y mereces disfrutarlo… y
pudiera seguir así, detallando esas innumerables cosas que he aprendido a valorar.
Y
así amaneces un día, sintiéndote un poco mas viejo, pensando que eres más
sabio, o menos estúpido.
(la trompuda)