miércoles, 23 de diciembre de 2015

tiempo

El tiempo, a veces efímero y otras veces tan eterno. Parece contradictorio: unas veces ansiamos que se quede estático y otras tantas que pase veloz como un rayo.
Tan querido como perecedero. Ese que a veces abrazamos como si nos fuera la vida en ello pero, por el contrario, también ansiamos que escape y vuele alto como un pájaro. Que se libere de las cadenas con las que nosotros, los seres humanos, lo apresamos.


Ese tiempo que en ocasiones parece tan distante y otras tan perenne. Al que si echamos una mirada, nos parecerá que no pasa pero que en realidad nos transporta poco a poco y, sin darnos cuenta, pasa deprisa; tan deprisa que en ocasiones experimentamos una sensación de vértigo e, incluso, miedo.
Tiempo, su palabra es un síntoma de vejez pero a la vez de aprendizaje y experiencia; actitudes que se van adquiriendo y asimilando en la vida y que terminas tomando como costumbres. Aprendemos, recapacitamos y erramos pero todos esos errores que vamos cometiendo los superamos. Si caemos nos levantamos, sabiendo que el tiempo no es eterno, como nosotros quisiéramos que fuera. El tiempo pasa, avanza y, lo que más nos cuesta comprender, es que no vuelve. Avanza lenta e inexorablemente sin que, en ocasiones, nos demos cuenta.

Esta es la razón que nos inquieta a todos, la pérdida de ese tiempo valioso que jamás regresa una vez perdido.

¿Eterno o efímero? ¿Fugaz o perenne? Esa es la cuestión


 

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