lunes, 26 de octubre de 2015

Otoño triste ... y tu no vuelves.

Otoño siempre triste. Y tú no vuelves.
No, no vuelves. No regresas por Navidad, no te sientas a cenar con nosotros. Tu plato ya no está sobre la mesa, tu sonrisa ya no está en nuestra retina.
No queda rastro de tu tacto sobre mis yemas, de tu pelo, canoso pero inmortal, sobre mis dedos. No queda rastro de tus ojos sin brillo, de tu voz sobre mis tímpanos.
Te fuiste. Después de tanto, después de tantos, pero cuánto me dejaste.
Cuánto me regalaste, cuando muchos otros se pasan la vida sin poder darme lo que tú me dabas con solo una mirada. Cuánto me enseñaste, cuánto aprendí de ti. Cuánto te echo de menos, pese al tiempo y la distancia, infinita ya. Cuánto me gustaría que siguieses mis pasos desde el otro lado.
No sé cuánto daría por volverte a ver. Por regresar sobre mis pasos, con todo lo vivido, y poder contártelo. Por verte de nuevo, por volver a abrazarte, por poder sentirte aunque sea un segundo. Lo daría todo.
Pero sé que todo esto no son más que unas palabras con las que intento llenar todo el vacío que dejaste. Lo que te llevaste de mí, lo que dejaste de ti conmigo. Lo que compartimos, todo lo que vivimos. Es un intento de recordarme a mí misma todo lo que fuiste para mí. Y lo que sigues siendo cada vez que te vuelvo a ver en alguna imagen que te robó para siempre, que te hizo inmortal, que me hace sentirme aquí, contigo. A tu lado.
Nos volveremos a ver. En otra vida, en otro mundo, en otra época, en otros caminos.
Pese a que no vuelves, de mí nunca te has ido. Ni te irás. Por muchos años que pasen.
Eres eterno, papá. Nos veremos en ese barco. En el último viaje.
Te echo de menos.

Somos las decisiones que tomamos....

Somos las decisiones que tomamos, o algo así me dijeron a mí hace un tiempo.
Nos pasamos la vida tomándolas, como quién decide tomarte de la mano, y algunas pueden cambiarnos enteros, como elegir si somos más de ciencias, letras o artes, o que no nos gustan las etiquetas. Otra de las grandes decisiones es quedarse, o irse, porque hagas lo que hagas vas a romperte de todas las maneras posibles. He aprendido que dejar atrás todo lo que has sido, duele y significa que nada volverá a ser como era antes.
Nos rompemos la cabeza por determinaciones que creemos importantes pero nunca pensamos que son las pequeñas cosas las que marcan la diferencia.
Una serie de pequeñas acciones, intercambiar un par de palabras; no cruzar a esa calle por al que sueles pasar siempre; dar un abrazo;  elegir escuchar esa canción en ese momento; llegar tarde a un sitio pero gracias a eso conocer a tu futuro mejor amigo, encontrar ese libro en una librería cuando está a punto de cerrar... Todo son decisiones que tomamos a la ligera y en realidad son las que acaban determinando nuestra vida.
Mi consejo es que nunca debemos desaprovechar una oportunidad porque, ¿quién sabe si ese tren pasará otra vez por este andén?
 
Si somos las decisiones que tomamos, ¿quién quieres ser tú?
 

martes, 20 de octubre de 2015

abrazos

Que difícil debe ser reprimir las ganas de ser abrazada/o, por no querer mostrar ante el otro el menor signo de debilidad…
O, lo que casi es peor: por cree que el cariño debe ser entregado por norma…
El cariño, la ternura es una carretera de dos direcciones. Y muchas veces olvidamos a la otra dirección. Siempre adelante nos olvidamos de disfrutar del paisaje que nos rodea.
Si los necesitas, pídelos. No te escondas en el orgullo silencioso y envenenado… Porque los abrazos se pudren y se quedan en meras y formales condolencias, si no se piden y se dan con el corazón...

sábado, 17 de octubre de 2015

el valioso tiempo de los maduros


Ya no tengo tiempo para lidiar con mediocridades.
No quiero estar en reuniones donde desfilan egos inflados.
No tolero a maniobreros y ventajeros.
Me molestan los envidiosos, que tratan de desacreditar a los más capaces, para apropiarse de sus lugares, talentos y logros.
Detesto, si soy testigo, de los defectos que genera la lucha por un majestuoso cargo.
Las personas no discuten contenidos, apenas los títulos... y mi tiempo es escaso como para discutir títulos.
Quiero la esencia, mi alma tiene prisa…
Quiero vivir al lado de gente humana, muy humana.
Que sepa reír, de sus errores.
Que no se envanezca, con sus triunfos.
Que no se considere electa, antes de hora.
Que no huya, de sus responsabilidades.
Que defienda, la dignidad humana.
Y que desee tan sólo andar del lado de la verdad y la honradez.
Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena.
Quiero rodearme de gente, que sepa tocar el corazón de las personas…
Gente a quien los golpes duros de la vida, le enseñó a crecer con toques suaves en el alma.
Sí… tengo prisa… por vivir con la intensidad que sólo la madurez puede dar.


El valioso tiempo de los Maduros - Mario Andrade

martes, 13 de octubre de 2015

crecer es aprender a despedirse

Palabras de Risto Mejide: "Crecer es aprender a despedirse. El día que te das cuenta de que crecer va a significar despedirse de personas, situaciones, emociones, memorias, ilusiones e incluso amigos que se supone iban a estar para toda la vida. El día que ves que crecer significa conocer cada día más gente que ya murió. El día que te das cuenta que te despides mejor que hace un año. Que ya no te sorprende que la gente desaparezca de tu vida. Ese día estás aprendiendo a decir adiós, ese día estás creciendo."


... y en el mismo sentido yo añado que todos en realidad tenemos dos vidas, e iniciamos nuestra segunda vida cuando nos damos cuenta de que la primera no es inmortal ni infinita.. cuando comenzamos a sentir sensación de pérdida, de impotencia, de inutilidad de alguno de nuestros intentos. Porque es en ese momento cuando tomamos conciencia de la provisionalidad de todo o de casi todo y nos vemos obligados a empezar a vivir con todas nuestras consecuencias.
Esa es la vida que estoy viviendo ahora, donde se aprecia si cabe aún más mi verdadero yo... 


lunes, 5 de octubre de 2015

tiendas de ilusiones

Debería haber tiendas de ilusiones. Y elegir cuarto y mitad del sabor que te diera la gana. Y envolverlas para llevar, o engullirlas al momento con los carrillos a reventar. 
Sí, de mayor quiero ser ilusión. Eso es. Una bien rolliza, bien grande, como cuando creíamos que el patio del recreo era más ancho de lo que era, o como cuando la vida sólo iba de contar hasta 100 por todos mis compañeros pero por mí primero de que tu madre te llamara por la ventana o de que las heridas se curaran con mercromina y rodilleras. 
Estaría bien eso de quitarse los sugus del cielo de la boca con el dedo índice y colorear sin salirse. Que el columpio parezca que va a darse la vuelta y que la paz en el mundo sea gritarle al monstruo de debajo de la cama que no haga ruido al comer galletas. 
Me pido también una ilusión que no se repita. Porque acaban convirtiéndose en un eructo de lo que fueron. 
 
Claro. Eso quiero. Seguro que se me concede ese regalo. ¿A que sí? Tampoco pido tanto. No creo que sea un abuso pedir una ilusión crujiente, recién hecha para mí, sólo para mí. ¿A que no?