sábado, 17 de diciembre de 2016

cada tormenta lleva impreso el comienzo de una nueva vida.

Siempre he sabido que el tiempo es relativo, que corre o frena a su antojo, sin preguntar, sin hacer concesiones. Vivimos la vida pensando que habrá tiempo para todo, que no hay por qué preocuparse, que al final del día la música del mundo seguirá sonando para nosotros. Y qué soberbia la nuestra considerarnos pequeños dioses, a los que nadie detendrá el reloj definitivamente. Y es que ya parece ya un acto reflejo de nuestra mente, inconsciente. De ahí que muchas veces vivamos por vivir, por inercia, porque es lo que hay. Viviendo acabamos muriendo.
Matamos nuestras pasiones, nuestras ilusiones, creyendo que el tiempo espera, que no se escapa, pero en el fondo quien espera, desespera, y acabamos siendo nosotros. Nos quedamos inmóviles ante la vida, nos come la rutina cuando quien tendría que estar comiéndose el mundo a bocados somos nosotros.

Nos anulamos sin darnos cuenta, porque cuando por fin nuestra mente escapa de lo cotidiano e intentamos reinventarnos y cambiar de perspectiva, siempre hay contratiempos, y decidimos que no es el momento adecuado pero, ¿cuándo es sino? La realidad es que tu tiempo se expande o se comprime exponencialmente a tu pasión, tú decides que hacer con él, tú decides quien vas a ser ¿Esperarás a la vida o dejarás que te espere a ti? Mi consejo es que dejes de frenarte y comiences a avanzar, porque lo único que no se puede rebobinar, es el temporizador cuando acabe su cuenta atrás.
Vive, saca tiempo para lo que te haga feliz, y aunque el tiempo sea inclemente, nunca desistas, porque cada tormenta lleva impreso el comienzo de una nueva vida. (M. Cueto)

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