Siempre he sabido que el tiempo es
relativo, que corre o frena a su antojo, sin preguntar, sin hacer
concesiones. Vivimos la vida pensando que habrá tiempo para todo, que no
hay por qué preocuparse, que al final del día la música del mundo
seguirá sonando para nosotros. Y qué soberbia la nuestra considerarnos
pequeños dioses, a los que nadie detendrá el reloj definitivamente. Y es
que ya parece ya un acto reflejo de nuestra mente, inconsciente. De ahí
que muchas veces vivamos por vivir, por inercia, porque es lo que hay. Viviendo acabamos muriendo.
Matamos nuestras pasiones, nuestras
ilusiones, creyendo que el tiempo espera, que no se escapa, pero en el
fondo quien espera, desespera, y acabamos siendo nosotros. Nos quedamos
inmóviles ante la vida, nos come la rutina cuando quien tendría que
estar comiéndose el mundo a bocados somos nosotros.
Nos anulamos sin darnos cuenta, porque
cuando por fin nuestra mente escapa de lo cotidiano e intentamos
reinventarnos y cambiar de perspectiva, siempre hay contratiempos, y
decidimos que no es el momento adecuado pero, ¿cuándo es sino? La
realidad es que tu tiempo se expande o se comprime exponencialmente a tu
pasión, tú decides que hacer con él, tú decides quien vas a ser
¿Esperarás a la vida o dejarás que te espere a ti? Mi consejo es que
dejes de frenarte y comiences a avanzar, porque lo único que no se puede
rebobinar, es el temporizador cuando acabe su cuenta atrás.
Vive, saca tiempo para lo que te haga feliz, y aunque el tiempo sea inclemente, nunca desistas, porque cada tormenta lleva impreso el comienzo de una nueva vida. (M. Cueto)
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