Vivimos con las alegrías de la luz en los balcones y las incertidumbres de las calles cruzadas sin nombre, teniendo mucho pero que mucho miedo de mudarnos de la avenida de la Esperanza a la calle Desengaño.
Vivimos con las penas de los pétalos dormidos y con todos los miedos que hemos sentido. Miedo a las noches con tan solo una estrella, a las lágrimas que se nos quedan en los adentros, a los gritos en la escuela de la torpeza y la frialdad de las sábanas solas. Miedo al vino sin cuerpo y al cuerpo que no embriague. A las cenizas con rescoldos, a los suspiros rotos de los espejos y a estar arrodillado en el tejado de la incredulidad. Miedo a no hacer sentir esa locura de pasión sin adjetivos y hablar mucho y mucho más para no decir nada. A gritar a destiempo. Miedo a las películas que no dan miedo, a las novelas dormidas, a las canciones sin alma. Miedo a mis miedos tan llenos de miedos.
Por eso, este miedo que siento ahora y que quizás sientan ustedes. Este miedo desconcertante de aplausos a las ocho, este temor nuevo y sucio, desconocido y letal , terrrorífico y agotador. Este miedo, me lo escondo entre todos mis miedos para que se pierda en su bosque sombrío y deje de ser tan espantoso y tan soberbio.
(J.A.M Lacoma)