En el colegio nos enseñaron miles de cosas absurdas y estúpidas que
olvidamos con el tiempo. Fórmulas imposibles que intentábamos memorizar y
aplicábamos sin saber muy bien para qué demonios nos serviría
aquello en algún futuro.
Nos enseñaron a
sumar, a restar, a dividir y a multiplicar. Nos enseñaron de
literatura, de lo importante qué es la lectura y nos llenaron
la cabeza de elementos químicos y físicos que con suerte, cuando pasen
los años recordaremos en aquella tabla famosa de nombre periódica.
Nos iniciaron en el maravilloso
mundo de otras lenguas sin ni siquiera dominar la nuestra. Nos enseñaron de todo y nos enseñaron de nada. Porque olvidaron lo más importante.
Olvidaron enseñarnos de valores, de ética, y de amor. Nos
enseñaron a escribir “Te quiero” sin hacernos entender la importancia
del respeto, la amabilidad y el buen hacer. Olvidaron enseñarnos cómo
sanar la envidia, cómo recomponer un corazón roto y cómo creer en uno
mismo. Olvidaron enseñarnos cómo ser feliz y aunque eso sea tarea de
cada uno, olvidaron al menos ayudarnos. Olvidaron hacernos entender que
el éxito no está en lo que uno hace, tiene o consigue. Sino en lo que
uno es. Porque el ser está por encima de cualquier pretensión y de
cualquier aspiración banal que hace que por las mañanas vayas en un cochazo o en un autobús lleno de gente.
Olvidaron educar a nuestra alma y a la voz que muchas veces grita sin
sentido. Olvidaron dibujarnos unos ojos amables y a ceder el paso sin importar la espera.
Olvidaron enseñarnos a deshacernos del odio. De cuidar de los mayores,
de los pequeños y del aire que respiramos, y olvidaron enseñarnos a
sentir la magia de cada amanecer y la gracia de cada luna.
Olvidaron
enseñarnos que la pérdida forma parte de la vida y olvidaron enseñarnos a
secarnos la lágrimas con dignidad.
Nos enseñaron que lo importante era participar pero olvidaron
decirnos cómo asumir una derrota sin que sonase a fracaso. Nos enseñaron
a conjugar los verbos y ni siquiera somos capaces de usar el más importante con miramiento y honestidad. No nos enseñaron a amar. Al menos, no a amar de verdad.
Nos criaron bajo un consumismo estúpido haciéndonos sentir mediocres si no teníamos más que el de lado.
Olvidaron llenar nuestra piel de valor y nos prohibieron cientos de
cosas olvidando la más importante: la rendición. Porque cuando uno se
rinde todo termina. Y olvidaron enseñarnos a sumar nuestras caídas como
parte de un camino que hacía de nosotros un cúmulo de experiencias
divididas. De experiencias sabias que determinaron en un momento
cualquiera, la estación precisa de nuestro corazón.
Y es que el trabajo más importante del mundo no es ser astronauta,
médico o dentista. Ni dedicarte a la limpieza ni a la enseñanza.El trabajo más importante es ser y no tener miedo.
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