Ahora observamos menos que antes. Cambiamos el paisaje por
pantallas, ya no sentimos el aire que nos despeina, y solo nos damos
cuenta si algún obstáculo se nos presenta.
Hemos dejado
de mirar al frente y a los lados, y nos estamos perdiendo la magia de
rincones que no conocemos o la nostalgia que nos provocan los más
familiares.
Ya no nos miramos tanto. Y a veces, valoramos más lo que nos dicen unos dedos en línea que la intensidad de unos ojos gritando.
Hemos
cambiado, somos más virtuales y menos humanos. Pero nos quedan los
bares, la cerveza, los amigos y la familia con quien olvidar la
cobertura o la batería. Hay esperanza, jamás un emoji sustituirá a un
abrazo. Todavía estamos a tiempo, de despertar, desconectarnos, y solucionarlo.