Pueden pasar días y meses,
incluso años, vacíos. Insípidos, repetidos, sin fuegos artificiales ni
celebraciones dignas de mención. Días más que predecibles, monótonos y
descoloridos. Como si la rutina se hubiera instalado en la habitación de
al lado, como fiel compañera de piso. La que no te deja ni a sol ni a
sombra.
Días de cumplir. Sin ilusión ni
motivación que los haga distintos. De obedecer “lo que toca” y olvidar
lo que se quiere. Días en los que dejas tu creatividad y tus deseos
a un lado. Aparcados en tercera fila y sin intermitentes. Como si no
fueras a volver a por ellos. Como si fueran para otros. Como si no
tuvieran el más mínimo valor. Incluso como si no supieras que los
tienes, que son tuyos.
Y no ves más allá de tus pies, y de las huellas que dejan tras de ti. Preocupándote más por esas huellas, por si alguien las seguirá o se
borrarán en cuestión de días. Por si te pierdes en algún momento y no
puedes seguirlas. Por si caen en el olvido....como tus sueños.