viernes, 5 de agosto de 2016

recuerdos...

Todo viene y va, pero, a veces, mucho más se va. Un día estuvo y, por lo tanto, fue.
Estamos llenos de recuerdos, suficientes para llenar las penas, y cada uno de ellos forma parte de nosotros, de lo que fuimos y de lo que somos. En ocasiones, no sabemos apreciarlos, no queremos tenerlos ahí y creemos que por enviarlos al final del cajón, ese que nunca abrimos, desaparecen. De lo que no nos damos cuenta es de lo bonito que es tenerlos, porque son historia.

Nuestra historia.



Relacionamos los recuerdos con personas que han pasado por nuestra vida, y hemos odiado tanto perderlas que por ello odiamos también los recuerdos que han dejado en nosotros. Pero ¿y si lo vemos de otra manera? 
Repito, todo viene y va. Porque nunca nada nos pertenece lo suficiente como para quedarse en nosotros de por vida. Pero los recuerdos sí se quedan, porque nosotros los hemos creado y los hemos guardado en una parte de nuestro corazón. ¿Para qué hablar de ellos con rencor? Ni si quiera esconderlos merece la pena, porque cuando menos nos lo esperemos y por un motivo que no sabremos definir, volverán a aparecer.
Y cuando eso pase, sonriamos, por tenerlos, por ser parte de nosotros, porque tenemos eso de ese alguien o de ese lugar que el resto no tiene.
Mejor eso a tener un corazón vacío, porque por muy fácil -o preferible- que parezca a veces no querer sentir, a largo plazo duele más eso que no haberse arriesgado, no haberse dejado la piel y no tener en la mente y en el corazón todo lo que un día fue. 
Pero aún nos queda mucho por delante, todavía somos y por eso estamos. Porque nunca son suficientes los recuerdos, porque siempre estamos a tiempo de crear más.

miércoles, 3 de agosto de 2016

todo se vuelve tan simple...



 


De repente todo se vuelve tan simple que asusta. Perdemos las necesidades, se reduce el equipaje. Las opiniones de los demás, son realmente de los demás, incluso si son sobre nosotros; no importa. Abandonamos las certezas porque ya no estamos seguros de nada. Y no nos hace falta. Vivimos de acuerdo con lo que sentimos. Dejamos de juzgar, porque ya no hay bien o mal, sino más bien la vida que eligió cada uno. Finalmente entendemos que todo lo que importa es tener paz y tranquilidad, es vivir sin miedo, es hacer lo que alegra el corazón en ese momento. Y nada más.

Cuando descubrimos todo eso es cuando llega la satisfacción plena. La verdadera felicidad.